Silithrim-i-Mirëtiri
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Crónicas de los Silithrim

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Mensaje  Silëthrian Mar Mar 30, 2021 4:05 am

Crónicas de los Silithrim Cronic10
Crónicas de los Silithrim
Narradas por Silëthrian Mîrmuil


CAPÍTULO I
Edades de los Árboles y Primera Edad.
Los tesoros del mundo.

Hace mucho tiempo durante las Edades de los Árboles, cuando el mundo aún era joven y solo los elfos habitaban en él, el reino de Doriath se alzó en sabiduría y belleza como ningún otro sobre la Tierra Media. Resguardada en las mil cavernas de Menegroth, la ciudad prosperó bajo el mandato del rey Thingol y Melian, la Maia, al mismo tiempo que en el exterior toda Beleriand estaba en guerra. Las cavernas de Menegroth tenían esculpidos árboles, aves y animales que alegraban el corazón. También estaba plagada de fuentes y lámparas de cristal, así como tapices en los cuales se contaba la historia de la Tierra Media y de Valinor. Aquella era la estancia más bella que ha habido al este del mar Belegaer.

Protegidos por la magia de la Cintura de Melian, los elfos Sindar aprendieron la sabiduría inherente al Reino Bendecido, que hasta entonces se hallaba reservada solo para quienes habían visto la luz de Los Dos Árboles. Se dice que al comprender la profundidad en los ojos grises de su reina muchos notaban la magia antigua invadiendo su ser. Fue así que la primera chispa de deseo por tal conocimiento se encendió en Silëthrian Mîrmuil, una de las damas de la corte que siempre rondaba entorno a Melian buscando aprender todo aquello que fuera posible. Si bien la magia es un asunto esquivo y peligroso, aquellos días marcarían a fuego el espíritu de la elfa cuyo mayor anhelo sería convertirse en la guardiana de esos secretos.

Durante sus años de esplendor, la ciudad recibió a muchos Noldor que hicieron de aquel refugio su hogar. Muchos artesanos, filósofos y eruditos, compartieron y acrecentaron sus conocimientos tras sus infranqueables límites. No obstante, mientras la prosperidad imperaba en la vida de los habitantes de Doriath, la oscuridad del exterior se cernía sobre ellos como una amenaza constante. De forma discreta, el rey Thingol jamás descuidó la importancia del ejército y entre sus filas hubo grandes guerreros.

Sin embargo, todos los grandes reinos de la tierra llegan a su fin. Aunque nadie habría podido predecir que el de Doriath no estaría en manos de la perversidad de Morgoth.

Dior Eluchíl, heredero de Beren y Luthien, era el rey de la ciudad cuando los hijos de Fëanor exigieron la devolución del Silmaril que su familia había resguardado por siglos. Aquella joya ya había traído muchas desgracias al Reino Escondido, pero la intimidación no surtió efecto en Dior pues él sabía que el Silmaril debía ser protegido de la codicia sin importar el origen de ésta. Además, albergaba una gran confianza en sus huestes y su guardia personal, compuesta por un pequeño grupo de soldados de élite, bien adiestrados en el arte del arco y el sigilo. Arvalileth, conocida en ese entonces como Aewerenia, sería una prueba viviente de tales destrezas.

Aún estaban frescas las heridas por la muerte del rey Thingol, la partida de Melian y la guerra con los enanos de Nogrod, cuando una desgracia mayor cayó sobre ellos. Se sabe que esas joyas siempre estuvieron malditas, pero fue el infausto juramento de Fëanor lo que más de una vez terminó por detonar los nefastos acontecimientos.

Sea amigo o enemigo, ominoso o luminoso,
engendro de Morgoth o brillante vala,
elda o maia, o después nacido,
hombre aún por nacer en la Tierra Media,
ni ley, ni amor, ni alianza de espadas,
temor, ni peligro, ni el destino mismo,
lo defenderán de Fëanor y de la descendencia de Fëanor,
a quien ocultase o atesorase, o en su mano tomase,
encontrando vigilado o lejos arrojado
un Silmaril. Esto juramos todos:
Muerte le daremos antes que acabe el día.
¡Maldito hasta el fin del mundo! ¡Oíd nuestra palabra
Eru Ilúvatar! Con la sempiterna
oscuridad seamos malditos si el juramento rompemos.
¡Sobre la montaña sagrada oídlo como testigos
y nuestra promesa recordad, Manwë y Varda!

Hoy queda poco de aquellos tiempos; la gloria, el conocimiento y los tesoros son sólo memorias de las almas antiguas. En el año 507 P.E. Doriath fue destruida por los hijos de Fëanor, y esa siniestra invasión pasó a la historia como La Segunda Matanza de Hermanos.

Sin embargo, ellos no lograron apoderarse del Silmaril, pues Elwing, hija de Dior, huyó con parte de su pueblo para refugiarse en las desembocaduras del río Sirion, en Arvernien. Muy pronto los doriathrim llegaron a la bahía de Balar y ahí se encontraron a los sobrevivientes de Gondolin que huían de Morgoth. Aquel grupo de altos elfos llevaba entre sus filas a muchos jóvenes Eldar que en el futuro se convertirían en grandes nombres recordados en leyendas. Uno de ellos, aferrado a los pocos libros que pudo salvar, era Saelellon Daerlaron.

Penosamente el grupo volvería a ser atacado por Maedhros, Maglor, Amrod y Amras, en el año 532 P.E. Muchos murieron en ambos bandos e incluso parte de la casa de Fëanor se rebeló contra sus señores ante las atrocidades cometidas en nombre del juramento. Por fortuna, Elwing logró salvar a la joya de nuevo lanzándose al mar. Aunque no fue posible rescatar a sus hijos, Elrond y Elros, que fueron capturados durante el combate.

Quienes presenciaron estos enfrentamientos jamás olvidarían el daño que un tesoro como aquel puede causar. Aunque es probable que las heridas hubieran sido más profundas si el mundo no estuviera sumido en las tinieblas. Morgoth era la potencia dominante sobre Arda, cada rincón albergaba peligro y muerte para hombres y elfos, de manera que algo tenía que suceder para remediarlo. Y sucedió.

En el 545 P.E. se desató la Guerra de la Cólera, que fue la última batalla de las Guerras de Beleriand. Los hechos de este combate son gloriosos y memorables, pues fueron los mismos Valar quienes lideraron al ejército conformado por maiar, vanyar, noldor, sindar, humanos y águilas. La fuerza del ejército de los Valar fue tan grande que los mares inundaron gran parte de Beleriand y las Tierras del Norte, y la forma de la Tierra Media cambió para siempre. De los antiguos territorios sólo permanecieron visibles algunas islas y Ossiriand, llamada en adelante Lindon. Este suceso estableció los mapas del mundo tal y como los conocemos hoy.

Así fue vencido Morgoth, quedando condenado al Vacío Eterno más allá de las Puertas de la Noche, donde se dice que permanecerá preso por siempre hasta el fin del mundo. La Primera Edad del Sol había concluido.


Última edición por Silëthrian el Mar Mar 30, 2021 4:08 am, editado 1 vez
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Mensaje  Silëthrian Mar Mar 30, 2021 4:06 am

CAPÍTULO II
Segunda Edad.
Dones y prodigios.

De nuevo reunidos y organizados, los sobrevivientes de Doriath y Gondolin viajaron por años en Eriador en busca de un hogar mientras creaban pequeños asentamientos temporales cercanos a los ríos. Y fue hasta el año 750 S.E. que hallaron el lugar ideal para establecer su célebre reino ubicado cerca de la unión de los ríos Glanduin y Sirannon; su nombre sería Eregion. Encumbrado por la maestría de los Noldor y el arte de los Sindar, pronto rivalizaría en belleza con su antiguo hogar. La capital, Ost-in-Edhil, fue fundada por Galadriel y Celeborn mucho antes de que decidieran partir a Lothlórien, dejando a Celebrimbor como gobernante.

Muy pronto los elfos comenzaron a comerciar con los enanos de Khazad-dûm, construyendo un largo camino que enlazaba la ciudad con la puerta oeste del reino enano, en donde fue grabada la famosa inscripción:

«Ennyn Durin aran Moria pedo mellon a mino
Im Narvi hain echant Celebrimbor o Eregion teithant i thiw hin
»

(Puertas de Durin, Señor de Moria. Di amigo, y entra.
‘Yo Narvi las hice y Celebrimbor de Eregion trazó estos signos’.)

En aquellos tiempos de prosperidad, los elfos también comerciaban con los hombres de Númenor, que incluso fundaron la ciudad de Tharbad al sur de Ost-in-Edhil. No obstante, después de los hechos ocurridos en Doriath, Arvalileth no volvió a sentirse cómoda en compañía de los Noldor y, por ello, decidió no habitar en la ciudad. Era un hecho conocido que sus habilidades, sobre todo las aprendidas entre los moriquendi, la habían convertido en el ser más ágil y peligroso del bosque.

La creatividad y las destrezas élficas alcanzaron su cúspide en este entorno. Enriquecidos por los conocimientos de sus vecinos, los elfos desarrollaron nuevas técnicas para la creación de objetos y tesoros. Así nacieron los Gwaith-i-Mírdain, una hermandad de herreros elfos guiados por Celebrimbor, el más grande forjador desde los tiempos de su abuelo Fëanor. La Casa de los Mírdain albergó los secretos más puros de las artes y, por lo tanto, se convirtió en un faro para las mentes deseosas de conocimientos ocultos. Silëthrian quedó prendada desde el principio por la idea de perfeccionar el arte de imbuir objetos con virtudes, y dedicó toda su energía al conocimiento de las runas e Ithildin. Fue entonces que Annatar, el Señor de los Dones, apareció ante los elfos argumentando ser un enviado de los Valar; específicamente del Valar Aulë.

Lo que ocurrió en esos días aún pesa en la conciencia de Silëthrian. La tentación de obtener ese conocimiento la llevó a mostrarse públicamente como una de las partidarias del recién llegado; habló siempre a su favor cuando muchos aún dudaban y puso gran atención a sus discursos cuando él buscaba instruirlos. Las palabras de la elfa fueron suaves pero convincentes, firmes y cargadas de una certeza que encendió muchos corazones; igual que lo hicieran las de Annatar. Poco a poco las resistencias fueron cediendo, y ella se alegró, ávida por asimilar aquellos dones. Por otro lado, Saellelon jamás dejó de mostrar renuencia ante el misterioso individuo, aunque él mismo era uno de los brillantes joyeros que se verían beneficiados por su consejo.

Durante cuatrocientos años los Mírdain aprendieron mucho de su invitado. La intención de Celebrimbor siempre fue noble. Él deseaba alcanzar la compresión de todas las cosas al tiempo que curaba las heridas del mundo dejadas por Morgoth; gracias a la sugerencia de Annatar trataría de hacerlo por medio de anillos de poder. Corría el año 1500 de la S.E. y el proceso de perfeccionamiento fue largo, cientos de joyas de menor poder fueron creadas antes de lograr las obras finales; parecía que todo marchaba a la perfección. Pero la paciencia de Annatar se agotaba pues su verdadera identidad era Sauron, el lugarteniente de Morgoth, que se había envestido en la forma de un hermoso elfo para engañar a sus enemigos. Él deseaba convertir estos anillos en un medio para controlar a todas las razas de la Tierra Media, en especial a los elfos pues ellos eran los más poderosos. Creyendo que su labor estaba concluida Sauron decidió regresar a Mordor para forjar su arma secreta en el Orodruin, el Anillo Único.

«Tres Anillos para los Reyes Elfos bajo el cielo.
Siete para los Señores Enanos en palacios de piedra.
Nueve para los Hombres Mortales condenados a morir.
Uno para el Señor Oscuro, sobre el trono oscuro
en la Tierra de Mordor donde se extienden las Sombras.
Un Anillo para gobernarlos a todos. Un Anillo para encontrarlos,
un Anillo para atraerlos a todos y atarlos en las tinieblas
en la Tierra de Mordor donde se extienden las Sombras
»

En la cúspide de su conocimiento y en ausencia de Annatar, Celebrimbor creó los tres anillos: Vilya, Nenya y Narya, que serían sus obras más poderosas. Sin embargo, en ese momento se conjugaron dos eventos que darían un giro a la historia. Gracias a los poderes imbuidos en los anillos, los elfos se dieron cuenta de la verdadera identidad de Annatar en el momento que él se colocó el Anillo Único, al cual había transferido gran parte de su poder. Todos los habitantes de Eregion fueron conscientes del engaño y supieron que habían sido manipulados por su antiguo enemigo, a quien llamaban Gorthaur, el Cruel.

Celebrimbor buscó la forma de esconder los tres últimos anillos, entregándolos a los señores elfos más poderosos de la Tierra Media: Galadriel y Gil-Galad. Este hecho despertó la ira del señor oscuro que no imaginaba recibir tal desafío. De inmediato, Sauron reunió una gran hueste de orcos y puso rumbo a la conquista. Aquella tormenta negra avanzaba por el sur, quemando y mancillando Eriador a su incansable paso; el pueblo de Eregion no le vio venir hasta que fue demasiado tarde. La ciudad estaba rodeada, y poco o nada pudieron hacer los refuerzos enviados por el Alto Rey Gil-Galad, comandados por Elrond, para detener su avance. La oscura ola de orcos invadió las otrora hermosas y cuidadas calles de los elfos, si bien, estos les hacían pagar cada palmo de tierra que ganaban. Los Eldar lucharon con gran destreza para defender sus hogares desde el año 1693, pero el avance del odiado Enemigo era inevitable. Muy pronto se hizo evidente que sus desesperados esfuerzos eran en vano.

Durante la batalla, los hermanos Nothiel y Saellelon defendieron a los estudiantes refugiados en la biblioteca, acabando con docenas de enemigos ellos solos antes de huir a través de un pasaje oculto. Arlindrien Thindariel había decidido quedarse atrás en la evacuación, asistiendo a los heridos que ahora se contaban por centenas. Por su parte, Arvalileth había acudido al auxilio desde los bosques; se dice que su arco acabó con decenas de orcos, incluso antes de que ellos pudieran verla. Silëthrian fue una de las últimas en escapar, y en aquel momento decisivo halló a una niña escondida entre los escombros; en el futuro, ella sería conocida como Melphindeth Silmëniel.

Quedaron pocos sobrevivientes de la masacre. Solo lo lograron quienes, a causa del destino, pudieron abrirse paso por los senderos ocultos que abandonaban la ciudad. Aún menos nombres quedarían inscritos en las historias como combatientes valerosos, pero aquellos que lo consiguieron tendrían un lugar eterno en las leyendas de los Eldar.

La ciudad fue completamente devastada, siendo el último bastión en pie la Casa de los Mírdain. Celebrimbor, último superviviente, fue capturado, torturado y asesinado en el 1697 S. E. tras negarse a revelar la ubicación de los tres anillos élficos.

Finalmente, el grupo que había salido por el oeste se reunió en el bosque de acebos cerca del río Gwathlo; las sombras y el enemigo ya lo habían invadido todo. Jamás volverían a ver Ost-in-Edhil en pie. Por consejo de Arvalileth, pasaron la noche refugiados en una cueva. No había esperanza, ni rumbo, ni un sitio al que volver para curar sus heridas. Sin saberlo, aquí nacerían los cimientos de un grupo duradero cuya labor definiría el destino de cientos.

Después, la compañía convino refugiarse en Lothlórien y comenzaron el difícil viaje a través de las Montañas Nubladas. Afortunadamente la amabilidad de la dama Galadriel fue notable y les permitió habitar en sus bellas tierras doradas. No obstante, el doloroso recuerdo de su último hogar aunado a la culpa que Silëthrian llevaba en su corazón, no les permitía alcanzar la paz.

Fue hasta el año 3430 S. E. cuando se reunieron en concilio Gil-Galad y Elendil, junto a otros grandes señores elfos, para conformar una alianza que los llevara hacia el Este a tratar de eliminar definitivamente a Sauron. Esta era una nueva oportunidad para devolver al mundo aquella armonía que habían perturbado por su inocencia. Aquella sería recordada como la Guerra de la Última Alianza y acerca de ella se dijo que «todas las criaturas vivientes se dividieron ese día... algunas de la misma especie, aún bestias y aves, estaban en uno y en otro bando; excepto los elfos. Sólo ellos no estaban divididos y seguían a Gil-Galad».

Tras la victoria, el sitio de Barad-dûr duró siete años entre ataques y sortilegios infructuosos de ambos bandos. Más de una vez Sauron emergió en persona a mellar las huestes de la alianza, hasta que logró dar muerte a Gil-Galad y Elendil, ocasionando que Isildur empuñara a Narsil para cortar el dedo que portaba el Anillo Único, despojándolo así de su forma física. Sauron había sido derrotado.

La Segunda Edad del Sol había concluido y la paz reinaba nuevamente sobre la Tierra Media.
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Mensaje  Silëthrian Mar Mar 30, 2021 4:07 am

CAPÍTULO III
Tercera Edad.
El pueblo de la luz de estrellas.

Existen muchos lugares hermosos en el bosque imperecedero de Lothlórien, pero desde que Silëthrian descubrió el Talan Brethil ese se convirtió en su sitio favorito para disfrutar de la apacible contemplación del Anduin. Fue ahí donde lo decidió.

En julio del año 326 T. E., Silëthrian reunió en el Talan a Arvalileth y Saelellon, sus más amados amigos, para compartir la cena. Ellos podían leer en el ambiente nocturno que algo ocurría, pero la castaña había decidido esperar el momento adecuado. Les recibió con cortesía y les sirvió vino antes de comenzar.

Oio naa elealla alasse’.(Siempre es un placer verlos). Asintió hacia ellos con una sonrisa suave que guardaba tras de sí una profunda solemnidad. —Amin merna quen.(Deseo hablarles).

Los célebres recuerdos de Doriath y las enseñanzas de Melian, hoy se percibían oscurecidos ante la influencia del conocimiento de Annatar. Ese sentimiento había hecho necesaria la búsqueda de una solución, parcial o total, para todos los eventos trágicos que podría estar desencadenando la magia fuera de supervisión. Jamás lo habían dicho en voz alta, pero el sentimiento era compartido.

Sir annan amin dele ten’ «sen».(Hoy, como lo ha sido por largo tiempo, me preocupo por «ellas»). Hizo una pausa sabiendo que no era necesario aclarar a «quienes» se refería. Sus compañeros conocían la naturaleza de los anillos y que cada uno, imbuido con una fuerza y nombre propio, era considerado por la hechicera como una entidad. Ella continuó, añadiendo más pesar a su reflexión. —Eddona advir. Caela silmithe noa detholalle. ¿Ron rangwa amin?(Las reliquias que hemos creado. Y una idea ha surgido desde la luz de la luna, pero es su decisión seguirla. ¿Me comprenden?) Miró en los ojos de sus aliados, sintiendo en ellos el eco de sus pensamientos.

Las tragedias traídas al mundo por los Silmarilli jamás se repetirían en nombre de una promesa, pero la avaricia o ignorancia podrían generar grandes males si objetos de tal poder cayeran en las manos equivocadas. El largo camino recorrido les había servido para saber lo que realmente deseaban hacer.

Amin sinta voronwerea, thaliolle e dagor. ¡Tua amin! ¡Rima ten´ta! Odúlen le wen(Sé que ustedes, los siempre leales, son fuertes en batalla. ¡Ayúdenme! ¡Vayamos por ellas! Yo estoy aquí, dispuesta a salvarlas). Su voz, normalmente roroneante, adquirió un tono tan enérgico como el fuego de sus runas —Manka lle merna ta nae seasamin paden melloneamin.(Si lo desean sería un honor caminar juntos, amigos míos).

Nalme silithpad lelyari. Mirëbŷr. ¡Nalme Silithrim-i-Mirëtiri!(Seremos los viajeros bajo la luz de la luna. Seguidores de las reliquias. ¡Seremos el pueblo de la luz de estrellas, los Guardianes de las Joyas!). Continuó así, proponiéndoles llevar a cabo la misión con la antigua vehemencia que guardaba su espíritu. —Lle naa curucuar astalder ¡Arvalileth Hiril! Faradae. Ar lle naa hodoer belegohtar ¡Saellelon Tûr! Noldotar. ¿Mani uma lle merna ten’ min?(Tu, arquera valiente ¡Dama Arvalileth! Cazadora de las sombras. Y tú, sabio guerrero ¡Señor Saelellon! Orgullo de los Noldor. ¿Quieren ir a buscarlas conmigo?)

La voz profunda de Saelellon fue la primera en responder al llamado.

Padrof ge vi haid vyrn, ach ist câl erin vên vîn. Aur 'wain tôl ¡boe am môr eithro gwannad!(Podremos recorrer lugares oscuros pero el conocimiento siempre iluminará nuestro camino. Vendrá un nuevo día ¡incluso la oscuridad debe pasar!).

De charathon, i beng nîn linna ah i vagol lîn ¡Nan i ‘aear ah in elin!(Lo haré, mi arco cantará con tu espada. ¡Por el mar y las estrellas!). Respondió Arvalileth. Su mirada apacible había recobrado el brillo de la expectación.

Uuma quena ri'mani lle umaya, uma ta ar'lava ta quena ten'irste'.(No hablen de lo que han de hacer, dejen que hable por sí mismo). Entonces, ella tomó su copa invitándolos a brindar para sellar la alianza bajo el tintineo de la plata. —¿Lle vesta?(¿Lo prometen?) Y así lo hicieron.

En ese lugar, abrigados bajo la luz de la luna, nacieron los Silithrim-i-Mirëtiri. Una sociedad cuyo propósito incansable sería recobrar y custodiar los múltiples anillos perdidos creados por los Gwaith-i-Mírdain.

Diola lle, melloneamin. Quel mart, Silithrim.(Gracias, amigos míos. Buena suerte, Silithrim). Una chispa de esperanza por la redención se había encendido en el corazón de Silëthrian. A la par que sus compañeros recobraban los sentidos de pertenencia y de propósito perdidos mucho tiempos atrás. —Aa' lasser en lle coia orn n' omenta gurtha.(Que las hojas en su camino nunca se marchiten).

¡No verenwen! Vasa ar’ yulna en i’mereth, hi ir ithil ammen eruchíni(¡Alegrémonos! Coman y beban del festín, ahora que la luna brilla sobre los hijos de Eru). Aquella noche la pequeña compañía compartió la cena, sabiendo que les aguardaba un destino que no habían previsto pero que se auguraba digno de vivir.

En el futuro el asunto sería tratado con la mayor discreción posible. De manera que solo algunos fueron informados de la labor: los elfos convocados a participar y los grandes señores que aún quedaban sobre la Tierra Media. Se enviaron prudentes mensajeros con misivas selladas a Galadriel, Celeborn, Círdan, Thranduil y Elrond, así como a Mithrandir y el rey Anardil de Gondor. Este último quedó particularmente conmovido por la forma en que aquella misión se relacionaba con sus antepasados, así que decidió convocarles para hablar en Osgiliath.

El palacio de Anardil era conocido como la Bóveda de las Estrellas y su esplendor reflejaba la nobleza de sangre en los hijos de Númenor. Ahí se hallaba el Árbol Blanco y la Piedra de Osgiliath, el palantír más poderoso. En aquella reunión, el rey concedió a los Silithrim una pequeña isla para asentarse y reguardar sus tesoros. El hermoso territorio se erguía como un bastión de seguridad casi inexpugnable cerca de la costa de Belfalas. Ese sería su nuevo hogar, Dol Silithrim.

Eventualmente otros se unieron a la orden. El destino se había encargado de guiarlos hacia las personas correctas que, para su sorpresa, no siempre fueron elfos. Tan sólo sesenta años después, Silithrim-i-Mirëtiri era un grupo bien organizado y con varias victorias a su favor. Sus miembros se deslizaban por las sombras de Arda para buscar pistas de su objetivo: encapuchados y sigilosos, o afables e inesperados. Siendo su anillo de mithril e ithildin, oculto hasta ser tocado por la luz de la luna, el único distintivo que podría identificarlos ante los ojos correctos.

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